Rodrigo López Tais: La Fiesta

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[Aclaración previa: Este es un intento de reflexión, sin la rigidez dogmática de la polarización, sobre algunos aspectos que hacen al reverdecer del pensamiento neoconservador que ha encontrado eco, incluso, entre quienes son lesionados por la aplicación de este tipo de políticas en el plano económico, social y cultural. El punto de enfoque es la construcción discusiva de una corriente ideológica que encontró su apogeo en la década del 90’ y hoy, pendularmente, vuelve por sus propios fueros. Quien quiera encontrar en estas líneas una defensa solapada del gobierno anterior (con el cual he expresado en su momento diferencias éticas irreconciliables) o bien es preso de sus propios prejuicios o bien está atado a una obstinada necedad. Situación de la que, lamentablemente, no puedo hacerme cargo.]

Rodrigo
«LE HICIERON CREER A UN EMPLEADO MEDIO QUE PODÍA COMPRARSE CELULARES E IRSE AL EXTERIOR». Con esa frase el economista Javier González Fraga hizo emerger a la superficie una reacción intuitiva que anida en el pensamiento de buena parte de la dirigencia política actual.
Quien fuera Presidente del BCRA durante el Gobierno de Carlos Menem (lugar que debió abandonar cuando se hicieron públicas sus vinculaciones con el oscuro financista saudí, Gaith Pharaon, condenado en distintos lugares del mundo por lavado de dinero proveniente del tráfico ilegal de armas y drogas) puso de manifiesto, de manera muy nítida, el pensamiento neoconservador profundo.
En la esencia de ese razonamiento (muy respetable, por cierto) los sectores medios y los sectores populares deben justificar toda aspiración de ascenso social con ahorro, sacrificio y privaciones. Algo que desde luego no le es exigido a los que acumulan la mayor porción en la distribución de la renta y concentran la riqueza. Un rico, por derecho propio, puede acceder al uso, goce y disfrute de todo tipo de bienes materiales porque se corresponde con su condición social y su situación económica. Ahí no hay ninguna indagación sobre mérito y origen del dinero.
Para el pensamiento neoconservador toda pretensión creciente de participación e igualdad interfiere en la gobernabilidad de una sociedad. Por eso disciplinan, ya no a través del uso directo de la fuerza (a menos que sea estrictamente necesario), si con distintas herramientas de política económica y el montaje de un aparato de difusión de sus pautas culturales, las que naturalizan y perpetúan la desigualdad que es la base de su esquema de estratificación social.
Esta doctrina que alienta la contracción del Estado para permitir la expansión del mercado como agente de asignación de recursos, riquezas, expectativas, ingresos y funciones en la sociedad, tuvo a Robert Nozik como exponente en plano filosófico, a Samuel Huntington en el aspecto geopolítico, a Milton Friedman en el ámbito económico y a Ronald Reagan y Margaret Tatcher como referentes políticos.
Los neoconservadores conciben como negativa toda política de transferencia operada desde el Estado en favor de los sectores menos favorecidos, y promueven la estabilidad fiscal y monetaria a través de políticas de ajustes que restablezcan el equilibrio cuando se verifica una actividad Estatal que reasigna recursos mediante instrumentos de política económica. Esto debido a que piensan que la función del Estado debe limitarse a garantizar la seguridad jurídica y la libre competencia entre los agentes económicos, dejando librado al mercado todos los demás aspectos, como salud, educación, reglas de juego entre el capital y el trabajo, infraestructura, servicios públicos, etc.
Los neoconservadores criollos frente a este tipo de políticas redistributivas por medio de la intervención estatal en los procesos económicos, de inmediato recurren a una simplificación semántica para hacer más atendible su razonamiento. Utilizan desde hace más de 80 años el siguiente recurso lingüístico: “Acá hubo una fiesta y la fiesta hay que pagarla”
En primer lugar, llamar “fiesta” a un tímido intento de reasignación que no modificó la matriz de distribución del ingreso en la sociedad es, al menos, un exceso gramatical cargado de intencionalidad ideológica.
Pero concediendo que lo que aquí sucedió fue una “fiesta”, hablamos entonces de los costos de la fiesta.
¿Sería justo que pague en igual proporción el que llegó al inicio de “la fiesta”, degustó caviar ruso, salmón del mar del norte, atún rojo japonés y ostras del pacifico acompañado de champagne francés, vinos de California y whisky escoses de 25 años; que aquel que ingresó a “la fiesta” por unos minutos, probó un sándwich endurecido y una cerveza tibia?
Es mas ¿es justo pretender que paguen “la fiesta” también aquellos que ni siquiera asistieron y la vieron sólo por fotos?
¿Quiénes son, entonces, los que disfrutaron realmente de “la fiesta”?
Vamos con un dato duro. Los bancos en la Argentina, durante los 12 años del ciclo político anterior, tuvieron tasa anual de rentabilidad que promedió casi el 25%. Los bancos privados – aun después de la crisis financiera mundial de 2008 – crecieron a un ritmo de casi el 30% anual. Sólo en 2015 – según el BCRA – el sector financiero ganó más de 60.000 millones de pesos, un 33% más que en 2014. El nivel de utilidades con relación al nivel de activos del sistema ascendió a un ritmo superior al 4% por año. Para no cifrar la realidad tapizándola con números (se pueden revistar sector por sector), digamos que ese nivel de crecimiento y rentabilidad se verificó también en distintos sectores de la actividad económica como el industrial, la construcción, agroexportador, servicios, telecomunicaciones, conglomerados de medios de comunicación, grandes cadenas de supermercados, etc. Ni hablar de actividades socialmente nocivas como la megaminería o el juego.
Es decir, el grueso de la renta fue captada por los sectores más potentes de la actividad económica. En la puja distributiva los sectores más vulnerables apenas mejoraron su posición por vía de transferencias articuladas desde la intervención del Estado (subsidios de tarifas de servicios públicos, asignación de partidas para cobertura de derechos universales, inclusión jubilatoria, flexibilización crediticia, etc.). Hoy, a esos sectores que apenas lograron captar un pequeña parte de la renta – que además la volcaron al consumo interno dinamizando la actividad económica y no a la especulación financiera – se le impone el mayor peso del ajuste con el que se pretende “pagar la fiesta”.
Ahora. ¿Se puede llamar “fiesta” al hecho que un trabajador/a, con el fruto de su trabajo, tenga la posibilidad de mejorar sus condiciones materiales de vida, adquiriendo electrodomésticos, una motito, un auto, mejorando o accediendo a la vivienda propia; o que se pueda “dar el lujo” de disfrutar de vacaciones o que sus hijos logren a niveles de educación que sus padres no pudieron alcanzar? Por otro lado no sería irrazonable preguntar si las medidas tomadas en los últimos meses por el actual gobierno nacional (levantamiento de retenciones a los sectores exportadores, apertura de la importación, liberación impositiva a la minería, eliminación de restricciones para girar divisas al exterior, acuerdo con los fondos buitres, toma de deuda pública con la banca privada internacional, restablecimiento de relaciones con FMI, amnistía fiscal, blanqueo de capitales, altas tasas de interés para operaciones con títulos y acciones bursátiles, eximición tributaria a la renta financiera, entre otras) no son el realidad el comienzo o la segunda parte de LA FIESTA que ya vivimos en la década del 90´, y que ya sabemos quién pagó y cargó con la resaca.
Entonces ¿Qué es lo que irrita realmente al pensamiento neoconservador?
Ni más ni menos que la posibilidad de un cambio de la estructura socioeconómica.
¿Cómo es esto? Vamos por la vía del ejemplo. Supongamos que toda la renta nacional de un país es una torta dividida en 12 porciones. En un esquema de distribución desigual clásico, un 10% de la sociedad se queda con 8 porciones de esa torta. Un 40% se queda con 3 porciones y el restante 50% se queda con la porción sobrante. Un proceso redistributivo podría restarle al 10% más rico 2 porciones y transferirlas – mediante herramientas de política fiscal o política económica – al 90% menos favorecido. Así el 40% que recibía 3 y ahora pasa ahora a recibir 4 y el 50% que recibía 1 y ahora recibe 2. Con lo cual el 40% mejoraría su participación en la distribución en un 25% y el 50% lo haría en un 100%. Mientras que el 10% seguiría siendo favorecido con el 50% de las porciones de esa torta.
Como se podrá apreciar no estamos hablando – ni por aproximación – de un proceso revolucionario de colectivización de los medios de producción; si no tan sólo de una corrección progresiva de los índices de proporcionalidad en la distribución del ingreso en una sociedad marcadamente desigual.
Pero aun cuando no esté en el planteo la sustitución del capitalismo, toda política redistributiva enciende las alarmas del pensamiento neoconservador.
¿Por qué?
Porque ahí, justamente, está el peligro inminente de la pérdida de sus porciones de poder. El ascenso social de los sectores populares, envalentonados por su mejora en la distribución de la renta, es la antesala – entienden – desde donde pretenderían avanzar cuestionando el orden establecido y disputado el escenario político y el gobierno de las instituciones del Estado. Lo cual podría – eventualmente – poner en riego valores como la propiedad privada y la seguridad jurídica. El pánico es que la democratización de la economía termine “degenerando” en una democratización social que haga perder sus privilegios a los sectores dominantes.
Para evitar ese escenario es necesario obturar la constitución de un sujeto político homogéneo con la fortaleza suficiente para entrar en pugna con los factores tradicionales de poder.
Para conservar el orden establecido será imprescindible fomentar el individualismo defensivo (“sálvese quien pueda”) y el control social mediante la manipulación de la emotividad, las pasiones y el sentimiento irreflexivo de los individuos. En eso cuentan con el inestimable apoyo de grandes medios de comunicación, que mediante el uso un verdadero aparato de propaganda hipodérmica y un blindaje mediático nunca antes visto, intentan persuadir a cerca de las «bondades» futuras que derivaran de los «esfuerzos» presentes. Esta acción orquestada garantiza el retraimiento del desarrollo una conciencia colectiva crítica que juzgue y dispute la hegemonía política de la sociedad a los sectores dominantes.
Para lograr ese objetivo nada mejor que intentar hacerles entender a los trabajadores/as – a través de, por ejemplo, “prestigiosos economistas” o “influyentes formadores de opinión pública” – que toda pretensión de mejora en su calidad de vida a costa del Estado, es en realidad a costa de quienes contribuyen con sus impuestos a su sostenimiento. De lo que se deduce que no hay derecho a el Estado se haga cargo de lo que tiene que estar cargo de cada persona de manera individual.
Por eso lo expresado por González Fraga más allá del repudio personal que me generan sus declaraciones, me impone la necesidad de escribir estas palabras para expresar esta especie de vergüenza ajena que me queda como un amargo sabor, por el hecho de que esta persona haya sido candidato a Vicepresidente de la Nación en la 2011 integrando la fórmula de mi Partido. Situación debida a que, de manera inconsulta e intempestiva, un puñado de dirigentes arrogándose unilateralmente la representación de todo/as los afiliados/as creyó necesario dar una “señal de previsibilidad a los mercados”, y así apareció en la fórmula este elemento extraño al Radicalismo.
El resultado fue previsible. Luego, presintiendo en el error, la dirigencia partidaria que convocó a González Fraga a integrar la fórmula, lo invito “afilarse” a la Unión Cívica Radical y lo convirtió en una especie de “referente económico” partidario.
Quizás hubiese sido muy útil que al momento de extenderle la ficha de afiliación a la UCR, le hubiesen hecho conocer a González Fraga que para el Radicalismo – como decía Hipólito Yrigoyen – “la democracia no consiste sólo en la garantía de la libertad política, entraña a la vez la posibilidad para todos de poder alcanzar un mínimum de felicidad siquiera”. Hubiese sido muy útil también para la Unión Cívica Radical recordarlo, ya que últimamente termina pagando la fiesta inolvidable de dirigentes que a diario nos recuerdan más a Peter Sellers que a Leandro Alem.

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