Viajero: Semana 8 | Trabajando en Italia

Milton Copparoni es un periodista, Licenciado en Comunicación Social, inquieto desde siempre, por este tiempo se encuentra en un rincón de Italia y de cuando en cuando nos cuenta su experiencia, pero un detalle, con su calificada pluma. Aquí dejamos a nuestros lectores este ¿capítulo? que Milton accedió a que publicáramos en Caminante Digital. Un dato, en una de las etapas de Caminante publicado en papel prensa, Milton fue el diseñador gráfico.

Semana 8 | Trabajando en Italia

Hace unos días (el 22) se cumplieron dos meses de este viaje. El 22 de mayo salíamos en tren desde Córdoba a Buenos Aires, como la primera etapa del viaje a Italia. Parece que hubiera pasado mucho más tiempo. Durante un viaje como este, los días son únicos, intensos, llenos de experiencias nuevas, quizás por eso parecen más largos.

En la crónica anterior, mencioné que el trámite en sí es una de las principales preocupaciones de quienes vienen a gestionar su ciudadanía italiana. Otra de esas preocupaciones es el trabajo.

Supuestamente, las personas que no tienen ciudadanía italiana no pueden trabajar sin un permiso especial que debe ser gestionado por el empleador. Ese permiso debe obtenerse antes de venir a Italia, ya que si uno llega en calidad de turista, no puede trabajar, al menos hasta obtener la ciudadanía.

Sin embargo, como sucede en muchos países del mundo (y bastante en Argentina), también existe el trabajo en negro.

El verano en las playas del sur de Italia es intenso. Localidades como Longobardi, que durante el resto del año apenas tienen vida con pocos pobladores y una actividad centrada en la agricultura, explotan de turistas y activan sus locales gastronómicos, hoteleros y comerciales durante el verano.

La gran demanda de mano de obra (para cubrir puestos temporales en hoteles, paradores de playa y locales gastronómicos) hace que los inmigrantes (que están en proceso de obtener la ciudadanía o que directamente están en situación irregular) sean un recurso para satisfacer la demanda de personal durante la temporada.

Es curioso ver el contraste entre el discurso anti inmigrante (que también se encuentra aquí) y la necesidad de esos inmigrantes para la economía.

Conseguir trabajo en temporada es relativamente fácil, aunque la paga es relativamente baja en relación con los sueldos en blanco de aquí, pero es muy superior a lo que se puede cobrar en temporada en Argentina.

Los camareros están cobrando entre 30 y 40 euros por jornada de trabajo, que suele comenzar a las 17 y terminar cuando el local cierra, entre las 23 y la 1. Un poco mejor pagados están los cocineros, que pueden llegar a cobrar hasta 50 euros por jornada. Siempre hablamos de situaciones irregulares de personas sin papeles, pero ante la gran necesidad de trabajadores, la policía y el Estado miran hacia otro lado.

La mayoría de los lugares buscan personas que trabajen de lunes a lunes durante los dos meses fuertes de la temporada (julio y agosto), y el ritmo es duro.

Si bien las primeras semanas no estuvimos buscando trabajo (un poco porque entendíamos que no se podía y otro poco porque nos estábamos acomodando en el lugar), finalmente encontramos oportunidades laborales y las asumimos, fundamentalmente para compensar la gran inversión que nos insume el alquiler y el trámite de la ciudadanía, y así no liquidar todos los ahorros invertidos.

Pablo tomó un puesto que dejaba otro argentino, Matías, que no podía seguir trabajando como camarero en una pizzería de Amantea (a 8 kilómetros de Longobardi). Una semana después, yo también empecé a buscar trabajo y unos pocos días después, encontré un puesto como camarero en Belmonte, una localidad ubicada camino a Amantea.

Desde entonces, los días han sido intensos, no solo por trabajar muchas horas (a veces más de , sino también por el fuerte calor que se vive aquí. Hay días en los que solo hay tiempo para ir a trabajar, y nos queda un rato para compartir y charlar en la madrugada, cuando volvemos y nos vamos un ratito a la playa.

Es interesante lo rápido que se aprende el vocabulario cuando estás trabajando, en pleno contacto con italianos a diario y durante muchas horas. Te saca un poco de la burbuja argentina en la que estás inmerso, ya que aquí hay muchísimos argentinos haciendo trámites y estamos permanentemente conectados por grupos de WhatsApp. La colonia argentina es grande y muy solidaria, y en los grupos llegan advertencias de acosadores en la ruta, gatos lastimados que se dan en guarda o pedidos de préstamos de bicicletas o infladores, además de consejos sobre dónde ir o no a comprar, promociones y oportunidades laborales.

Pero después de semanas de trabajar sin descanso, el cuerpo comienza a sentirlo, y las tensiones surgen cuando se empieza a pedir un día de descanso. La reacción puede ser de comprensión por parte de los patrones, como me ocurrió a mí (después de todo, trabajamos por jornada y un día que no se trabaja no se cobra), o puede ser negativa como le pasó a Pablo, a quien le dijeron que si no puede trabajar todos los días, no podía seguir en el puesto (me parece inhumano). Esta situación se solucionaría fácilmente con un sexto empleado que trabaje cubriendo los días libres, lo que no solo no implicaría más gasto a los patrones (recibiría el dinero que uno cobraría si fuera a trabajar), sino que también permitiría tener un recurso humano más descansado y mejor predispuesto.

Esta situación, no es nueva, ni pasa solo en Italia. La historia cuenta cómo trataban los griegos y los romanos a los que no hablaban su lengua (los bárbaros). A veces siento que por no entender lo que nos dicen, o por no poder expresarnos en su mismo idioma, algunos creen que somos menos inteligentes o que no comprendemos las cosas. De hecho en mi trabajo, más de uno parecía sorprendido de que el argentino que saca la basura sea un periodista graduado en la universidad.

Esto no quiere decir que todo el mundo nos trate como menos. Tengo muchos compañeros super empáticos y solidarios que todo los días me ayudan a mejorar mi idioma y tienen una mano solidaria, pero me hace pensar todo el tiempo en las cosas que también viven los inmigrantes en Argentina que, al igual que nosotros, no buscan que les regalen nada, sino trabajar. Ellos cubren vacantes que no son cubiertas por los propios argentinos y, en definitiva, activan la economía. Recuerdo cuando, en plena pandemia, los trabajadores golondrina no podían ingresar al país, y casi se pierde la cosecha de la vid en Mendoza porque no había argentinos que quisieran hacer ese trabajo. A eso le podemos sumar la gran cantidad de discursos falsos que circulan sobre los inmigrantes aquí, como que el gobierno italiano nos subsidia para venir y cosas por el estilo, algo que también pasa en Argentina con las mentiras sobre los trabajadores extranjeros y que muchos hacen circular sin el mínimo esfuerzo de chequear si son ciertas.

La historia del mundo está llena de inmigrantes: los españoles de la colonización americana, los italianos de la Argentina moderna, los latinoamericanos de la Argentina contemporánea, y los argentinos en Europa debido a la crisis permanente de nuestro país. La mirada sobre estos inmigrantes (más épica en el caso de los italianos o españoles en Argentina, o más discriminatoria en el caso de los venezolanos, peruanos o bolivianos) depende de quién escriba las noticias o la historia y con qué enfoque lo haga.

No somos avivados que venimos a conseguir algo regalado ni queremos sacarle nada a nadie. Somos los nietos de los españoles que buscaban una nueva vida y de los italianos que huían de la pobreza y la guerra. Somos los hermanos de los sudamericanos que viven el desarraigo y la distancia de sus familias para poder ayudarlas. Somos los argentinos que no quieren vivir inseguros y poder proyectar un futuro, y cruzamos el charco, lejos de nuestros amigos y nuestra tierra, para forjarnos el futuro de tranquilidad que ya no podemos imaginar en nuestra patria, pagando el precio de ser tratados, por muchos, como bárbaros.–

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