Rumbo al Cerro Champaquí

Foto: Turismo Yacanto. Por *Guillermo Friedrich. En las frías mañanas de otoño, la humedad precipita rápidamente en el Valle de Calamuchita.

 

Cerro Champaquí Turismo Yacanto de Calamuchita

Cuando el sol sale tras las Sierras Chicas, en Villa General Belgrano (750 m.s.n.m,) la bruma sólo se mantiene sobre la superficie de los arroyos, delineándolos y potenciando sus aromas que invaden el pueblo.

Iniciamos el paseo acomodados en un vehículo todo terreno por el camino del Cristo Grande, cambiando rápidamente de nivel. El monte natural, compuesto por Talas, Algarrobos, Cocos, Molles, Espinillos,  irá desapareciendo mientras subimos, para transformarse después de Athos Pampa (Campo del Zorro), en un desierto de piedra y pasto. Desierto interrumpido por la mano del hombre en la tarea forestal, con más de tres millones de pinos plantados por manos criollas . Comenzamos a internarnos en los bosques de coníferas por un camino culebrero que baja hasta cruzar el río San Miguel, de aguas transparentes y tonalidades de oro en sus arenas, para volver a subir, serpenteando nuevamente hasta llegar a las tranquilas calles de Yacanto (1200 m.s.n.m,) pueblo curtido por el frío y el sol con nombre de cacique comechingón, hoy en evidente desarrollo turístico.

Luego de atravesar el umbrío bosque de álamos de hojas plateadas que el otoño está tornando amarillas (el Bosque Negro, para algunos lectores de Tolkien), realizamos una “escala técnica” en la confitería de un complejo de cabañas, recordando que será el último toilette medido en metros cuadrados, de aquí en más los sanitarios se medirán por hectáreas.

Reiniciada la marcha, después de transitar una media hora por el Camino a Los Linderos, el paisaje cambia rotundamente. Los bosques se ven desde arriba, y salvo la presencia de Tabaquillos u Horco Molles en algunas laderas húmedas de las profundas quebradas de los ríos Tabaquillos a nuestra derecha y El Durazno a la izquierda, imperan las masas rocosas de colores diferentes, acariciadas por brillantes cascadas y vertientes.  A cada vuelta del camino las vistas son más  espectaculares, el pasto puna  domina en las alturas, y la cortadera con sus bellos penachos denuncia la presencia de agua, donde no parece haberla.. En un momento los brillos de mica entrecierran nuestros ojos,  que  a la vuelta siguiente se agrandan de asombro, ante el Valle de Calamuchita en todo su esplendor (2000 m.s.n.m). mostrando sus lagos, Los Molinos, Embalse del Río Tercero,  Segunda Usina, Arroyo Corto, Cerro Pelado, que ameritan una parada fotográfica. Un poco más arriba, los kioscos de Chabela y Puesto Tres Árboles, nos hablan del espíritu emprendedor serrano en estas soledades. Chivas y ovejas compiten en sus blancos con los afloramientos de cuarzo que asemejan manchas de nieve.

A cada rato aparece un águila escudo en vuelo rasante, acompañándonos. A partir de “la bifurcación” (2709 m.sn.m).el deterioro del camino, o casi la inexistencia del mismo, nos obliga al uso de la doble tracción. Impresionantes moles de granito, cuarzo, feldespato y mica, nos informan que transitamos sobre el filo de la cadena de Comechingones. En unos momentos más tendremos enfrente el Valle de San Javier, las Sierras de San Luis, y lo que en cordobés se llama Traslasierra. Por momentos “a paso de hombre” nos movemos entre grandes rocas amontonadas, que aunque coincidamos con Einstein en eso de que “Dios no juega a los dados”, nos hace pensar que quizás sí juegue a “la payana”.

Abandonamos el vehículo en “la pampita”(2.720 m.s.n.m.), con su piso de helechos mínimos, rodeados de Loicas de pecho colorado y Yal plomizos que revolotean alrededor. Comenzamos una caminata en ascenso, lentamente, hasta que el cuerpo se acostumbre a la menor presión atmosférica, lo que sucede rápidamente a juzgar por el reinicio de las conversaciones en el grupo diez minutos después. Andar en la soledad de la montaña es de una singularidad tal que nadie deja de disfrutar, y media hora después arribamos a la meta, el Cerro Champaquí, techo de Córdoba (2.884 m.s.n.m.)

Junto al busto de San Martín, mirando hacia el oeste la sierra cae a pico. Por los huecos entre las grandes nubes, podemos ver en el valle la ciudad de Villa Dolores más  todo un rosario de pequeñas poblaciones hacia el norte, rodeando el Dique La Viña. Río arriba los reflejos de Mina Clavero, Cura Brochero.

Más allá, el macizo de Los Gigantes y los Volcanes de Pocho recortan sus siluetas en el horizonte. La lagunita ubicada en el centro del cerro refleja el paso de algunos cóndores curiosos, a veces tan bajo que se escucha el paso de la brisa  entre el oscuro plumaje.

Uno se contagia y también se siente dueño del viento. En el sector este, bajo una pequeña torre metálica, sobre la que todos desean fotografiarse, hay una placa de bronce del Instituto Geográfico Militar que indica nuestro nivel. Desde ahí disfrutamos de una panorámica del Valle de Calamuchita en toda su extensión, con sus manchas oscuras de bosques de pinos,sus lagos celestes o plateados, sus ocres y amarillos. Mientras algunos exploran las hoquedades de los alrededores, otros meditan con sus ojos cerrados, esperamos, extasiados en la grandiosidad del paisaje, disfrutamos  del idilio entre las nubes y los cerros , rogando que nadie apure el regreso…

  • Agradecemos este escrito al Guillermo Friedrich de Servicios Turísticos Friedrich.

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